Marco Buenrostro y Cristina
Barros, Itacate, La Jornada, 9 junio 2015
¡Ay, qué rico chocolate! Dichos, poemas, tratados,
elogios y condenas, de todo ha recibido el chocolate desde que lo probaron los
españoles al invadir estas tierras. Y no deja de haber nuevos datos, diferentes
aproximaciones. Ahora lo retoma Francisco Ramos Aguirre, de quien ya hemos
reseñado aquí el número nueve de la colección que él mismo escribe y publica:
Los olvidados de Clío; nos referimos a Templo
de dulzuras: alfajores, turrones y charamuscas. Orgulloso de
su origen tamaulipeco, no deja de acercarse a toda clase de fuentes desde
Ciudad Victoria, para aportar conocimiento de manera amena.
Respecto del precio de cacao en
la época colonial nos comenta que los españoles lo convirtieron en bebida de
minorías, pues la libra se vendía a ocho reales de plata. Las cargas de cacao
contenían tres xiquipiles, medida náhuatl equivalente a 8 mil. Haga el lector
sus cuentas.
Si los antiguos mexicanos
condimentaban el cacao con flores, miel de maguey y chile, los españoles
agregaron azúcar de caña a la pasta de cacao. Un investigador, citado por Ramos
Aguirre, considera que en México se requirieron más de 12 millones de libras de
este endulzante para cubrir la demanda industrial en la etapa colonial.
Porque otro de los cambios en el
consumo de chocolate es que proliferó de tal manera que, como casi todo lo que
tocaban los españoles, se volvió mercancía y ganancia. Por esta razón y para
mayor control, el cabildo de la ciudad de México prohibió el comercio de
chocolate en las calles y casas privadas, estableciéndose que debía hacerse
exclusivamente en los tianguis públicos.
Pronto surgieron
chocolateros profesionales; algunos de ellos se avecindaron en México para
darnos una sopa de nuestro propio chocolate. Tal fue el caso de Juan Irriarte,
que según ha investigado José Castañeda, escribe Ramos, se avecindó en Tampico
hacia 1830, al igual que el dulcero italiano Ignacio Ponti. Un viajero
jalisciense dejó constancia de la presencia de esta bebida ahí, pues consignó
en su diario que en una fonda francesa en el puerto jaibo, le sirvieron un
magnífico chocolate en leche; costó dos reales.
Según la Gaceta de México, el 13 de
junio de 1786 entraron por Veracruz molinos y accesorios para moler cacao;
seguramente compitieron con los metates, que sin embargo continuaron usándose
para moler este grano. En el siglo XIX había varios molinos en la ciudad de
México, escribe el autor; en esa misma época, J.M. Lehmann, fabricaba molinos
en Alemania, y en Holanda, Antón Reicher, apreciados moldes. Estos son apenas
unos datos de los muchos consignados por Francisco Aguirre Ramos.
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